domingo, 30 de diciembre de 2012

Un nuevo relato ambientado en la antigua Roma


Hay notas al pie numeradas que aclaran algunos datos históricos. Se supone que están donde termina una página y empieza otra (he copiado y pegado desde un documento Word) así que no os extrañéis si de repente os interrumpen la lectura. 

Summanus

Álvaro Pavón Romero



O Summanus qui es in inferis; laudatur nomen tuum, praedicantur mirabila opera tua, paretur voluntas tua, timetur divina effigie tua…1

En la pequeña aldea de Loterra, en el centro de Italia, esta especie de oración ritual era muy conocida en otros tiempos, y aún a día de hoy se sigue recitando en algunas ocasiones, recuerdo de las festividades paganas del pasado. Antiguamente, en la época del Imperio Romano, fue importada por un rico comerciante, P.2 Valerius Frontinus, que había servido en el ejército de Octavio como centurión, en Retia y Nórica. Por sus muchos viajes a lo largo y ancho del mundo conocido, lo llamaban Sarmatianus, puesto que había alcanzado hasta las tierras inhóspitas de Sarmacia, al norte del Ponto Euxino. Tras asentarse en Loterra gracias a una generosa recompensa en forma de tierras por sus servicios a Roma, se dedicó al comercio de esclavos procedentes de Grecia y Asia, haciéndose con una ingente fortuna en muy poco tiempo.


Vivía solo con su único hijo, C.3 Valerius, y sus esclavos en su finca palaciega, en una colina rodeada de viñedos. Se los conocía en la región por ser devotos de Summanus, el dios de las tormentas nocturnas. Una vez al mes peregrinaban al altar mayor del dios, junto al Circo Máximo, en Roma; y once días antes de las Calendas de Julio4, acudían de nuevo al templo para realizar sacrificios en su honor.
Summanus era una deidad antigua, heredada de los etruscos, que poco a poco había caído en el olvido. Señor de los cielos nocturnos y de las tormentas que tienen lugar de noche, y también de los infiernos; era la contrapartida de Júpiter, divinidad diurna similar al Zeus griego, que siempre gozó de gran popularidad entre los romanos.
Aunque el culto en Roma era un conocido do ut des –yo te doy para que tú me des—entre adoradores y adorados, P. Valerius Frontinus Sarmatianus parecía ser la excepción a la regla: su religiosidad, apartada de la superstición popular, de los lares y de los manes, estaba fuera de duda, y consistía en una enfermiza preocupación por el culto a los dioses. Tenía, en opinión de sus vecinos, una visión pervertida de la relación hombre-deidad, en la que la divinidad era más bien una carcelera y una torturadora de almas, lejos de la tradicional imagen de dios humano y festivo, apasionado y sentimental, que tenía el resto de los romanos.

1. Traducido al castellano: “Oh, Summanus que estás en los infiernos: alabado sea tu nombre, predicadas sean tus  milagrosas obras, obedecida tu voluntad y temida tu divina efigie.”
2. Publius o Publio, praenomen romano.
3. Caius o Cayo, praenomen romano.
4. a.d. XI Kal. Iul.: 20 de junio

Predicaba una filosofía pesimista y severa, nunca antes vista en Roma, en la que el miedo exacerbado, el sufrimiento y la constante preocupación por la ira divina eran protagonistas. Algunos atribuían sus creencias a un sincretismo pernicioso, fruto de sus viajes a lo largo y ancho del Mare Nostrum, y lo asociaban a los cultos de Deméter y Perséfone en Grecia, Astarté en Siria, y Adonaí en Israel.
La gens Valeria Frontina tenía, en general, una muy mala reputación en Loterra y sus alrededores. Los rumores populares era comunes, y la gente llana tenía miedo de trabajar en las viñas de P. Valerius. Se decía que, cada cierto tiempo, todos sus esclavos desaparecían de manera misteriosa, por lo que, mensualmente, cuando arribaban al puerto de Ostia los barcos cargados de esclavos procedentes de Acaya y el Epiro, se aseguraba de que una buena parte del cargamento fuese enviado a su domus en Loterra sin demora, mientras que el resto era ya vendido en el mercado de Roma, de donde P. Valerius obtenía sus ingresos. Su hijo Caius se encargaba de dirigir todo el proceso de la manera más discreta, y los conductores de esclavos guiados por él hasta la afueras de Roma tenían terminantemente prohibido adentrarse en las viñas de los Valeria Frontina; por lo que estos se inventaban disparatadas historias acerca de rituales ignominiosos que tenían lugar en aquellas parcelas de tierra cultivada con la sangre de los esclavos.
Los vecinos también sospechaban de ellos y recelaban de su comportamiento extravagante y asociable. A determinadas horas del día, normalmente al clarear el alba, al mediodía y al atardecer, se los había oído recitar su misteriosa oración: O Summanus, qui es in inferis, etc.

De todos aquellos que sentían un profundo desprecio por los Valeria Frontina, L.5 Tullius Flaccus era su peor enemigo. Este era un antiguo cuestor6 y edil curul7 ascendido a tribuno de la plebe8, famoso por su prodigalidad, sus fiestas y sus creencias supersticiosas. L. Tullius residía en una lujosa domus en Loterra, acompañado por su esposa, Cornelia Tullia, y

5. Lucius o Lucio, praenomen romano.
6. Tesorero romano que formaba parte del Senado y que se encargaba de todo lo relacionado con las finanzas.
7. Los ediles (aedileseran magistrados romanos que cuidaban del régimen municipal, abastecimiento de la urbe, inspección de los mercados, organización de algunas fiestas, etc. Los curules eran aquellos ediles nombrados de entre los patricios, o nobleza romana. Durante el Imperio, Augusto los despojó de muchas de sus funciones anteriores.
8. Los tribunos de la plebe eran magistrados cuya misión era defender al pueblo romano de los excesos del Senado. Sin embargo, desde Augusto el cargo estuvo totalmente vació de contenido y cumplía una mera función ceremonial.

sus hijos Cn9. Tullius, Tullia Maior y Tullia Minor10. Todos estaban orgullosos del fundador de su gens, el anciano Tullius, bisabuelo del paterfamilias; y, por tanto, eran devotos adoradores de los manes, lares y penates, y, en general, de los espíritus de sus antepasados.
Esto convertía a los Tullia Flacca automáticamente en rivales acérrimos de los Valeria Frontina. Además, L. Tullius había centrado la adoración de los dioses en la tríada capitolina11, especialmente en el dios Júpiter, razón por la cual se tomaba como algo personal que P. Valerius continuara con su odioso O Summanus día y noche. El motivo por el que éste rendía culto a un dios tan siniestro como el Señor de los infiernos, cuando ya nadie en Loterra ni en Roma recordaba sus misterios como antaño, era algo que escapaba a su entendimiento. Y, aunque en Roma la religión regular era un tema tratado habitualmente con frivolidad, de manera trivial y liberal, L. Tullius sospechaba que los ritos de P. Valerius ocultaban algo nefando que lo hacía tan peligroso como los infames cristianos que aún estaban por llegar.
Su rivalidad creció y creció paulatinamente, prolongándose más allá de la muerte de Octavio. Ambos comenzaban a envejecer: sobrepasaban ya los cincuenta años, edad más que venerable para la época. L. Tullius, corpulento, calvo, de gran sonrisa y agradable carácter muy sociable, era todo lo contrario al de Sarmacia, que, delgado, enjuto, con un largo cabello blanco –el cual, no obstante, respetaba la amplia frente de los Valeria Frontina— y un rostro serio y poco afable, vivía huraño y apartado del resto de Loterra, sumido en el comercio de esclavos y en sus otros turbios negocios.


Fue durante esta etapa de su vejez, durante el reinado del augusto Tiberio, cuando las tensiones entre los dos llegaron a un punto álgido. Cierto día, con motivo de las Calendas de Noviembre12, un rico patricio de Loterra, antiguo senador llamado Q.13 Terentius Barbatus, organizó un banquete al que invitó a los habitantes más influyentes de la aldea y también a algunos conocidos procedentes de Roma. El patricio se consideraba por encima de los chismes populares y por tanto no atendió a ellos a la hora de redactar la lista de invitados, reuniendo en su casa –contrariamente al consejo de su esposa, Severa Terentia— tanto a los Tullia Flacca como a los Valeria Frontina. Además, Q. Terentius tenía buena amistad con los dos, ya que L. Tullius había servido junto a él en el Senado en tiempos de Octavio, y P. Valerius era quien abastecía a su gens con esclavos desde que se asentara en Loterra.

9. Cnaeus o Cneo, praenomen romano.
10. Las mujeres en la antigua Roma recibían un solo nombre, el de la gens en femenino: Tullia, Valeria, etc., al que, de haber más de una mujer en la familia, se añadía algún adjetivo como Maior, Minor, Prima, Secunda, etc.
11. Familia divina compuesta por tres dioses: Júpiter, Juno y su hija Minerva; recibían culto en el Capitolio, de ahí su nombre.
12. Kal. Nov.: 1 de Noviembre, día de Todos los Santos.
13. Quintus o Quinto, praenomen romano.

La noche transcurrió, en su mayor parte, sin incidentes. No en vano todos eran romanos y hacían alarde de civilización. No obstante, fuera por el motivo que fuese, los dos jóvenes primogénitos de las gens rivales, Cn. Tullius y C. Valerius, comenzaron a reñir entre ellos. El primero acusó al segundo de incomodar a su hermana, Tullia Minor, con atenciones indecentes; el segundo se defendió escudándose en el odio religioso que los Tullia Flacca vehiculaban hacia él y su padre. Fue entonces cuando L. Tullius intervino para desmentir aquello, recriminando a los Valeria Frontina sus cultos execrables y sus rituales ominosos, tachándolos a ellos de fanáticos e impíos por adorar a los dioses del pasado. El de Sarmacia montó en cólera e insultó a los lares, manes y genios de los Tullia, calumniando a los antepasados de su enemigo al achacarle sangre espuria y degenerada de bárbaros y esclavos.
Las dagas volaron cortando el aire, lanzando estocadas mortales. El resto de invitados se alarmó y comenzó a huir en tropel, mientras que los amigos y parientes de L. Tullius se afanaban por detener la refriega. Una cuchillada alcanzó a C. Valerius en una pierna, haciendo que cayera al suelo, herido. Apareció en ese momento Q. Terentius junto a su hermano, Sextus, y sus sobrinos, Marcus y Manius; quienes, iracundos, lograron separar a los contendientes y los expulsaron del banquete y de la domus, con la prohibición expresa de regresar nunca más, hasta que las disputas familiares terminaran. Algo que, como todos sabían, era ya imposible: ambos habían cruzado el Rubicón y no había marcha atrás.
L. Tullius sabía que su enemigo tomaría represalias contra él por haber herido a su único hijo, y, conociendo a los Valeria Frontina, la venganza no tardaría en llegar. Efectivamente, así fue, pues no mucho tiempo después de aquella pelea, al día siguiente a las Nonas de Noviembre14, al levantarse el paterfamilias y dirigirse al larario15 para reverenciar a los espíritus familiares, se encontró con una escena desgarradora: las imágenes de las divinidades domésticas habían sido destruidas sin piedad, y el altar entero había sido mancillado; alguien había dispuesto sobre él los restos mutilados de pequeños animales y alimañas muertas –ratas, culebras, ranas y otras criaturas odiosas— que atraían a las moscas.
Solo una persona guardaba tanto odio hacia la gens Tullia como para cometer semejante ofensa contra los espíritus de sus antepasados, razón por la cual L. Tullius no dudó ni un segundo en achacar aquel crimen horrendo a P. Valerius. Esta transgresión no podía quedar sin castigo, y, a riesgo de continuar una cadena interminable de venganzas familiares, L. Tullius comenzó a tramar cómo resarcirse. Llegó a la conclusión de que, de algún modo, debía pagar a los Valeria Frontina con la misma moneda, destruyendo el altar en el que ellos rendían culto a su aborrecible Summanus.

14. Postridie Non. Nov.: 6 de Noviembre.
15. Santuario doméstico en el que tenían cobijo las imágenes de los lares y penates, espíritus y divinidades menores que gozaban de la devoción de la mayoría de los romanos.

Contactó en los suburbios de Roma con dos maleantes, Spurius y Decimus, cuyo único sustento era la política de pan y circo16 de los emperadores; y les ofreció una suma importante de dinero a cambio de infiltrarse en la domus Valeria Frontina y llevar a cabo su alevosa misión. Ambos bandidos aceptaron, pues, antes que seguir viviendo de la mendicidad, era preferible arriesgarse en tan peligrosa tarea y ganar la recompensa que se les había prometido.
Cn. Tullius, por encargo de su padre, condujo a los dos mercenarios desde Roma hasta los viñedos de los Valeria Frontina, en los límites de su villa de Loterra. Al abrigo de la noche, mientras que el joven Cnaeus aguardaba con un esclavo en las callejuelas vecinas, Spurius y Decimus trepaban el muro que separaba el resto de la aldea de la finca propiedad del de Sarmacia. Portaban una linterna con la que alumbraban su camino por entre las viñas, y cuya luz, sinuosa en la distancia, permitía a su patrón seguir el progreso de la misión, observando dónde se encontraban los dos bandidos en todo momento. Finalmente, la luz se desvaneció, cosa que Cnaeus interpretó como que ambos hombres habían entrado en la domus. La suerte estaba echada.
Al cabo de una hora, la luz de la linterna reapareció. Descendía a toda prisa la colina de la villa, atravesando los viñedos a gran velocidad. En ese momento, un rayo atravesó el cielo nocturno, golpeando la loma de la colina. Se oyó un trueno como nunca antes se había oído en los alrededores de Loterra: tan terrorífico fue aquel estruendo, que Cn. Tullius se estremeció, sobrecogido, al tiempo que su esclavo se escabullía aterrorizado por entre las calles de la aldea, en contra de las órdenes que su amo, colérico, le daba.
La luz continuaba acercándose, hasta que por fin Decimus asomó por encima del muro, aterrado. Cuando el joven Cnaeus le preguntó por su tarea y por el paradero de Spurius, Decimus apenas si hilaba las palabras coherentemente. Más o menos, logró decir, entre balbuceos, que el altar de los Valeria Frontina, consagrado en efecto a Summanus, había sido destruido; pero que, casi de inmediato, habían escuchado una voz funestamente grave, que los exhortó a huir de allí. Decimus escapó al momento, seguido por Spurius, que se había retrasado. Al salir de la domus y bajar a los viñedos, el relámpago, de manera totalmente inesperada, fulminó a Spurius. Decimus jamás había visto algo semejante, y, jurando haber oído de nuevo aquella voz cáustica que resonaba en la distancia, continuó descendiendo la colina a toda prisa, despavorido. 

16. Costumbre de los políticos romanos, que se remonta a tiempos de la República pero que se prolongó hasta el final del Imperio, consistente en regalar pan y entradas para los juegos circenses a los ciudadanos más pobres, como medio de eliminar la indigencia y la criminalidad, y, al mismo tiempo, distraer al pueblo de los problemas políticos. Se considera una temprana subvención a la pobreza que, a la larga, disparó el número de mendigos y arruinó a los productores de trigo. Como resultado, el próspero mercado mediterráneo se hundió y la economía romana sufrió una continua crisis que se cebó con el Imperio hasta su desaparición a finales del siglo V d.C.


Cn. Tullius trató de razonar con el delincuente para sacar algo más en claro, pero este, sin ni siquiera acordarse de la recompensa que lo aguardaba, huyó calle abajo tal y como el esclavo había hecho antes que él. Cnaeus corrió de vuelta a la villa de su familia cuando ya despuntaba el alba, para informar de todo a su padre. L. Tullius se sintió complacido por el éxito de la misión, pero al mismo tiempo, por ser extremadamente supersticioso, se sobrecogió un poco al escuchar el relato de cómo había muerto Spurius y cómo Decimus había perdido el juicio.
Le tocaba a los Valeria Frontina realizar el siguiente movimiento.


Al día siguiente, P. Valerius se dirigió a la villa de su enemigo y, seguido de una curiosa a la par que asustadiza turbe, insultó cara a cara a L. Tullius por la destrucción de su altar doméstico. Este, como respuesta, se burló de Summanus directamente, y amenazó a P. Valerius con la ira de Júpiter Óptimo Máximo si se atrevía a dañar de nuevo a los miembros de la gens Tullia. El de Sarmacia rio a carcajadas como nunca antes se le había visto en Loterra, enseñando unos dientes amarillentos en su sonrisa mordaz; y, dirigiéndole a L. Tullius una mirada inquisitiva, le instó a poner a prueba la voluntad de los dioses. P. Valerius, en nombre de Summanus, retó a Júpiter, para así probar la supuesta protección divina de la que gozaban los Tullia Flacca. El desafío estaba claro: el día de Júpiter17, Summanus desataría su ira por petición de los Valeria Frontina, y entonces se vería qué dios era merecedor de auténtica adoración en las inmediaciones de la aldea.
Desde ese momento, L. Tullius se mostró temeroso y paranoico. Se pasó la mayor parte del tiempo encerrado en el larario familiar, reverenciando a los manes y lares en busca de protección contra el infortunio. Conforme se acercaba la fecha señalada, crecía la inquietud en el seno de su familia. Al final, su esposa Cornelia Tullia tomó a sus tres hijos y marchó hacia la urbe, lejos de Loterra. Aunque había suplicado a su marido que los acompañara y dejase atrás aquel lugar, L. Tullius estaba convencido de que no podría huir de la ira de Summanus si esta demostraba ser cierta, por lo que optó por permanecer en su villa, desafiando a P. Valerius, tratando de aparentar no tener miedo.
Cuando por fin llegó el día de Júpiter, la jornada transcurrió sin incidentes. Cuando ya oscurecía, L. Tullius envió un esclavo mensajero a Roma para llevar la buena nueva a su familia, y casi de inmediato comenzó a pensar en celebrar un gran banquete junto a todos sus vecinos en honor de Júpiter Óptimo Máximo, quien, creía, lo había protegido de todo mal. No obstante, la noche llegó y se levantó el viento, que al poco tiempo dio paso a una tormenta descomunal. Los jardines de la villa Tullia quedaron arrasados, y el ruido del huracán recorrió las cuadras, espantando a los caballos, que huyeron campo a través. Los esclavos los siguieron,

17. Iovis dies: el Jueves.

horrorizados. Y L. Tullius se quedó solo en su inmensamente lujosa domus, sin compañía ni protección alguna, a merced del viento inclemente que, como por obra de demonios, traía tétricos cánticos procedentes de la domus Valeria Frontina: O Summanus qui es in inferis; laudatur nomen tuum, praedicantur mirabila opera tua, paretur voluntas tua, timetur divina effigie tua…
Los vecinos se refugiaron en sus casas y, desde las ventanas, atemorizados, contemplaron cómo el viento destrozaba las paredes y ventanas de la villa de los Tullia Flacca, y cómo un relámpago que recorrió el cielo, seguido por el trueno y un estrépito colosal, incendiaba los restos de la domus.


Cuando Cornelia Tullia y sus hijos recibieron el mensaje jubiloso del paterfamilias, regresaron a Loterra para celebrar con él la victoria de Júpiter sobre Summanus, pero el espectáculo pavoroso que hallaron destrozó por completo sus nervios: allí donde se había erigido su hogar, no quedaban más que restos calcinados por el fuego, cubiertos de un extraño icor verdoso acompañado por un olor desagradable, como a azufre. 
Una lápida de gruesa piedra marca el lugar donde se encuentra la tumba de L. Tullius en Loterra, en la que se puede leer: H-S-E-L-TVLL-FLACCVS-S-T-T-L18 ; pero es mentira. Jamás se halló el cuerpo de L. Tullius Flaccus. 




18. Hic Situs Est L. Tullius Flaccus. Sit Tibi Terra Levis: “Aquí yace enterrado Lucio Tulio Flaco. Que la tierra te sea leve”.

3 comentarios:

  1. Si hay una cosa que me asombra verdaderamente de tus relatos, Álvaro, es la cantidad de trabajo que tienen detrás. Es increíble cómo te documentas, dios mío. Summanus es una deidad que no conocía, y me he puesto a investigar un poco sobre él. Es un dios que me ha caído bien jajaja

    Felicidades, la ambientación es genial y muy estudiada, y las anotaciones son muy interesantes.
    ¿Estás moviendo este relato? Me refiero, ¿lo tienes pendiente de fallo o algo? Porque desde luego, ¡tiene mucho futuro!

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    1. Estoy de acuerdo con Miriam, se nota la dedicación que hay en cuanto a detalles y contexto. A mí me ha gustado especialmente el vocabulario que usas, palabras como "icor", "nefando" o "vehicular", que ni sabía que existían y me parece que suenan bastante bien (es que yo soy muy friki de estas cosas, digo "enervar" o "juicioso" todo el tiempo aunque mis amigos a veces se rían de eso). Sin embargo, me parece que has puesto "asociable" en vez de "asocial", son cosas tontas que siempre se nos pasan hasta que alguien se lee lo que escribimos (ya ni te digo tildes, o frases que se quedan raras porque cambias algo muchas veces... me pasa siempre jajaja).

      Resumiendo, que me estoy enrollando, es un relato fantástico y consigues mezclar ese misterio marca de la casa con el ambiente romano, lo que me parece muy original (por lo menos, yo no he leído muchas cosas así) y, como Miriam, pienso que deberías presentarlo a algún certamen porque tiene muchas posibilidades :D

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    2. Gracias!!! Ahora que tengo vuestro beneplácito, sí que intentaré buscar algún certamen que se adapte a la temática del relato.

      Os quiero!!!!

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